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Emilio El Moro

Emilio El Moro

Simpático y bromista, un día cantó flamenco al estilo árabe y fue tal la ovación que consiguió que decidió crear el personaje de Emilio el Moro.
EMILIO "EL MORO" es un artista que no necesita presentación, ya que es conocidísimo y muy popular en todos los públicos. Sus repetidas actuaciones le han valido el aplauso sincero y el regocijo general. Poseedor de un gran espíritu irónico y de dotes artísticas, EMILIO "EL MORO" hace brotar chispas de humor en cada una de las canciones que llegan a sus manos.

Discos Zafiro-Montilla, 1962
A los tres años de edad, Emilio ya acusaba su afición al cante flamenco. En Melilla se presentó por primera vez ante el público cuando tenia quince años. El éxito fue rotundo: ganó consecutivamente siete concursos de cante flamenco. "Fandangos", "soleá", "tientos", "polo", "caña", toda la gama del arte flamenco no tiene secretos para Emilio. Simpático y bromista, un día cantó flamenco al estilo árabe y fue tal la ovación que consiguió que Emilio creó a Emilio El Moro. En el año 1949 se presentó en Madrid con su chilaba, su turbante, sus babuchas y su barba, obteniendo un extraordinario éxito que repercutió en toda España.

Emilio El Moro, enamorado del arte, se supera día a día y canta, baila, toca la guitarra y ha creado un tipo de humor nuevo, humor en el cante, humor en el baile y humor en la charla, que hacen de Emilio El Moro una de las primeras figuras de los humoristas españoles.

Cincuenta grandes éxitos de Emilio El Moro (RAMALAMA, RC 50312, 1998)
por José Ramón Pardo

Para entender la figura de Emilio el Moro hay que situarse en la España en que vivió y triunfó. Para las nuevas generaciones, es un nombre que puede no decir nada. Incluso un absoluto desconocido pese a que Carlos Cano le dedicó un sentido homenaje musical rescatándole del olvido. Y es que si la canción en general tiene un rápido envejecimiento, el humor, que era el género musical por el que había optado este cantante y guitarrista se conserva aún peor.

Muchos piensan, y ha habido políticos interesados en que así se crea, que la copla es una invención del franquismo. O al menos, que el régimen la apoyó como muestra de su talante nacionalista. Y no es así. La copla nació a finales de los años veinte, bajo la dictadura de Primo de Rivera y antes de que se proclamara la II República española. Precisamente tuvo días de apogeo en esos años de la República. Estrellita Castro grabó "Mi jaca" en 1931. Y esos años treinta significaron grandes triunfos para Miguel de Molina, Angelillo, Imperio Argentina, Conchita Piquer y otros muchos.

La Guerra Civil partió España en dos y también quedó rota la copla. Pero se seguía interpretando en ambos bandos e incluso se podían escuchar las mismas canciones. Miguel de Molina cantaba "Ojos verdes" en el lado republicano y Conchita Piquer lo hacía en el rebelde. Al acabar la Guerra Civil española los cantantes supervivientes pudieron seguir cantando las emociones de la copla a los españoles que también habían sobrevivido a la feroz contienda y a los ajustes de cuentas desatados en ambos bandos. A los pocos meses de terminar la guerra en España estalló la II Guerra Mundial y España quedó definitivamente aislada del resto del mundo. Por la guerra y por la predisposición de Franco hacia el régimen alemán.

Así que España se tuvo que conformar sin importaciones, excepción hecha de Argentina y pocos más, por lo que nos llegó más fácilmente el tango que el swing y Carlos Acuña que Frank Sinatra. Por lo tanto, la música que se grababa y escuchaba en Espana era, fundamentalmente, española e hispanoamericana. Y como la música española predominante en esa época era la copla, muchos la tildaron de música franquista. Lo mismo podían haber dicho de las rancheras, que nos llegaban con profusión, o de los boleros. Pero el sanbenito se le cargó a la copla que se quedó ya con el sello de franquista, infamante anos después.

Esa es la España en que apareció Emilio Jiménez, que es nombre real de quien todos conocemos como Emilio el Moro. Había nacido en Melilla y de ahí su apelativo africano. No intentó hacer canción humorística hasta que se dio cuenta de que haciendo flamenco y copla en serio tenia rivales de la talla de Manolo Caracol o Juanito Valderrama, por poner solo dos ejemplos. Pero sus comienzos fueron los de un cantaor de escuela. A los quince años ganó ya un concurso en su ciudad natal y lo ganó cantando fandangos y soleares.

Empezaba a ser ya famoso en el Norte de Marruecos, entonces protectorado español, pues estábamos en los años cuarenta, y durante varios años más siguió presentándose y ganando el concurso hasta siete veces consecutivas. Pero veía que pese a ser el número uno en Melilla no lograba abrirse paso en los ambientes flamencos de la península. En sus actuaciones solía alternar las canciones dichas en serio con bromas imitando el estilo árabe de hacer flamenco, en ese crisol de culturas que era Melilla. Al público marroquí podía no hacerle mucha gracia, pero a los españoles empezaron a divertirles aquellas parodias y Emilio pensó que esa podía ser su salida, porque en ese terreno no había competencia.

En la copla, y en general en todo el folklore español, abundan las canciones humorísticas. Desde esas coplillas que zaherían a curas, esposos cornudos y borrachos, a las jotas de picadillo donde se enfrenta el ingenio de dos improvisadores, habitualmente hombre frente a mujer, en las que se ponían verdes pero con gracia y elegancia. Algunos de esos desafíos fueron adaptados posteriormente por dúos famoso de la copla, como Pepe Blanco y Carmen Morell y, sobre todo, por Juanito Valderrama y Dolores Abril que grabaron innumerables jotas de desafío con el nombre genérico de "peleas en broma".

Lo de Emilio Jiménez era distinto. De lo suyo no había tradición. Era un innovador no sólo por cantar a lo moruno sino por la distorsión del mensaje original que lograba en sus letras tan absurdas como surrealistas. El descubrimiento público de Emilio el Moro se produjo en 1949 cuando dio el salto a Madrid donde se presentó con turbante, chilaba, babuchas y hasta una barba postiza. Su especialidad era tomar las coplas que triunfaban en las voces de Juanita Reina, Conchita Piquer, Antonio Molina o Lola Flores e ir alterando la letra haciéndola a la vez reconocible en sus rasgos generales y desternillante por los cambios que introducía.

La longevidad artística de Emilio el Moro fue tan grande que sobrevivió al eclipsamiento de la copla y se metió de lleno en el terreno de la música pop y rock, camino por el que le saldrían, ya en los sesenta, unos competidores inesperados: las comparsas carnavalescas gaditanas que empezaron a grabar a mediados de la década. Especialmente una que con el nombre de Beatles de Cádiz lograron una gran, aunque efimera, popularidad. En ese terreno de actualidad pop fueron notables sus parodias sobre el "No tengo edad" con el que Gigliola Cinquetti ganó San Remo y Eurovisión en el 64. Realizó versiones desde ritmos bailables como el "Casatschok" hasta canciones del verano como "María Isabel"; ni siquiera Serrat o Víctor Manuel se salvaron de sus parodias.

El año del descubrimiento de Emilio el Moro había sido el 49, pero el de su consagración fue el 52, cuando llegó a formar compañía propia o a figurar en letras grandes en los espectáculos de las mejores figuras. Para hacerse idea de su rápida consagración tenemos tres fechas: el 3 de abril encabezaba el programa "Nuevas estrellas", junto a Marisol Reyes, que se estrenaba en el Circo Price de Madrid. Tan solo tres meses más tarde ambos dejaban de estar considerados como novedad para encabezar un nuevo espectáculo que se llamó "Sueños de gloria" y se estrenó el 16 de julio, también en el Price.

Y poco más tarde, Emilio el Moro se lanzó, como cabecera de compañía a la conquista de América en un espectáculo titulado "Tambores sobre América" en el que le escoltaban Tomás de Antequera y Amalia Molina. Todo ello, en tan solo seis meses de ese mágico, para él, año 1952. Tras esa consagración, prosiguió en los años siguientes alternando espectáculos propios, en los que el artista arriesgaba su dinero con otros donde respaldaba nombres famosos, menos productivo pero mucho más seguro, porque en esos casos el cantante iba a precio fijo.

Más sorprendente fue su actividad a partir de finales de los cincuenta, cuando parece que la copla empieza su descenso ante el empuje de la nueva música pop anglosajona y los complessi italianos. Por ejemplo, en un rápido repaso del decenio largo que va del 58 al 69, Emilio el Moro participó en los siguientes espectáculos: En 1958 protagonizaba en el Teatro Calderón de Barcelona "El Congreso del Humor" que le tenia como máxima figura. En el 59 inició una gira, con compañía propia, con "El último tupé", deformación, según su costumbre, del famoso "Último cuplé" de Sara Montiel. Y en el 60, coronando o empezando década, era la segunda figura del montaje "Cita de estrellas" que encabezaban Juanito Valderrama y Dolores Abril como empresarios y estrellas.

Sigamos el recorrido artístico de Emilio el Moro en esos años, aunque centrándonos tan solo en los montajes de mayor repercusión, porque también en la copla había fiascos y proyectos que apenas duraban unas semanas. En 1961 Juanito Valderrama decidió reforzar su compañía de canciones y entre las estrellas que fichó para competir con la emergente música pop (el Dúo Dinámico ya había triunfado con temas como "Quince años tiene mi amor") contrató a Estrellita Castro, Manolo el malagueño y... Emilio el Moro. El año 62 (El del "Perdóname" del Dúo), le vemos en la compañía de Juanita Reina en el espectáculo de Quintero, León y Quiroga "Olé con olé" y con su nombre por delante del de Caracolillo que a sus muchos méritos sumaba el de novio de la propietaria de la compañía, la propia Juanita Reina.

El 64 fue otro año importante para Emilio el Moro. En febrero volvía a estar en la compañía de Juanita Reina en el espectáculo "Señorío", también con Caracolillo que ese mismo año se casaría con la más popular tonadillera de la época. En agosto, mientras Juanita y Caracolillo realizan su viaje de novios, Emilio el Moro se presenta en el Price de Madrid con el montaje "Flamenco... verano ... y olé" junto a Enrique Montoya. Un año después, en el 65, sigue en el Price pero esta vez con la Niña de la Puebla en un espectáculo de alto nivel flamenco titulado "Así canta Andalucía" con el que haría gira por España.

Un año más tarde regresa a Madrid, al Calderón, con el mismo espectáculo pero potenciado con el añadido de Pepe Marchena como primera figura y Manolo el Malagueño reforzando el elenco. En el 68, ya en plena barahúnda pop con Beatles, Rolling Stones y cien grupos anglosajones más quitando el sitio a los artistas españoles hasta en las emisoras andaluzas, Emilio el Moro, tocado con su característico fez rojo (el gorrito clásico marroquí), era la segunda figura del espectáculo "Buenas noches, España" que encabezaba el Príncipe Gitano. Y para completar el largo decenio que hemos citado, en el 69 Emilio cantaba con el histórico Angelillo y Marisol Reyes en la obra "Flamenco y olé".

Raro caso de supervivencia en un mundo cambiante que parecía dispuesto a engullir a los artistas de la copla, la vieja guardia de la música popular española y hacerlos desaparecer para siempre. No lo consiguieron y si la presencia de Emilio el Moro se hizo menos frecuente en escenarios y tablaos era porque el espectáculo de copla resultaba inviable por su concentración de figuras, con unos cachés que ya no podía soportar ningún empresario. Pero su recuerdo permanecía vivo, como uno de los más divertidos y lúcidos creadores que había tenido la canción española.

Porque conviene saber que aunque ustedes no vean la firma de Emilio Jiménez en las adaptaciones de esas canciones que él transformaba con arte y gracia, todas eran suyas. Pero las editoriales musicales de la época le prohibían cantarlas si, encima, quería cobrar por su ingenio. Tan solo le dejaban grabarlas si renunciaba a sus derechos de autor que permanecían en manos del letrista original, aunque poco o nada tuvieran que ver los textos de uno y otro. Era la tiranía del que tenía la sartén por el mango y si quería seguir con sus parodias musicales no le quedaba otro remedio que pasar por el aro.

Pero aunque no estén firmadas, tiene su sello personal, la gracia que parece de Cádiz pero es de Melilla y el talento de un autor subversivo que se ríe, y nos hace reír, cuando la canción parece exigir el llanto y se va por los cerros de Úbeda, y nos lleva con él, cuando el tema parece exigir lógica. Eran letras absurdas y surrealistas que entonces pasaron como gracias sin mérito y con el tiempo han situado a Emilio el Moro entre los mejores humoristas del absurdo en nuestro país, emparentado quizás con el genial Luis Sánchez Polack, Tip.

Emilio Jiménez, Emilio el Moro, murió en los años ochenta, olvidado por muchos pero admirado por algunos que supieron dar la cara cuando la España de la cultura oficial se había olvidado de él, como un residuo molesto de una época que prefieren ignorar. Carlos Cano fue quien se encargó de sacarle de nuevo a la luz por medio de una canción, "Las murgas de Emilio el Moro" que incluyó en su álbum "Cuaderno de coplas" de 1984. La canción, en ese divertido ritmo de la murga, estaba llena de quiebros a la lógica y de figuras disparatadas. Y tenía una sentida dedicatoria: "Para don Emilio Jiménez, Emilio el Moro, que me alegró las colas de la leche americana y el cartón de pobre. ¡A su salud!" Un dedicatoria que podían haber firmado, que debían haber firmado, muchos otros españoles.

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